La música del destino by Viviana Rivero

La música del destino by Viviana Rivero

autor:Viviana Rivero [Rivero, Viviana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-05-01T00:00:00+00:00


Buenos Aires

Melisa llevaba viviendo varios meses de felicidad, disfrutando a pleno de sus dos grandes pasiones: el amor por el teatro y por Nikolai. Ambos ocupaban sus horas, sus días, su vida. Dos ardores, dos locuras; simple, sencillo: el teatro y Nikolai; ambos eran su montaña rusa, sus alas para volar, sus razones para vivir, pero también ambas pedían, demandaban todo y ella, gustosa, se lo daba, porque eran sus amores. Dos querencias efervescentes hechas de ardor, ímpetu, fuego, exaltación, emociones delirantes y apetito. Dos demencias que cuando ella creía que no podía dar ni un gramo más de sí misma porque una, finalmente, había ganado, aparecía la otra exigiendo, y ella volvía a dar más. Era subir a escena, y olvidarse del resto, poner todo de sí, su piel, su corazón, sus ganas, tal como si no existiera un hombre ni otra cosa en su vida; era ver a Nikolai y, en cada encuentro, en cada noche que pasaban juntos, dejar la vida y el corazón, olvidándose del otro amor, tratándolo como si él fuera el único. Nikolai, el teatro. El teatro, Nikolai. Ella no sabía, ni entendía qué le gustaba o disfrutaba más: si pasar tiempo con él o subir al escenario. En realidad, si tuviera que elegir —uno y solo uno—, no podría hacerlo. Ambos ocupaban el ciento por ciento de su corazón. Agradecía que ambas pasiones hubieran aprendido a convivir pacíficamente en su interior porque hubiera sido muy difícil quedarse con una; dividirse era imposible, un sinsentido. En el intento, ella, como persona, podía llegar a romperse.

Frente al espejo nuevo, Melisa se hizo una línea de kôhl en los ojos. Era una noche especial y ameritaba maquillarse de forma exótica. Llevaba una semana redecorando su departamento. Ahora, ansiosa, esperaba a Nikolai, quien nada sabía de la pequeña reforma ni conocía el motivo. Melisa deseaba sorprenderlo, quería bailarle árabe.

No había sido fácil encontrar el tiempo para comprar los muebles nuevos, ni para que le diseñen y coloquen las cortinas. Había empleado las mañanas, corriendo detrás de un ebanista entre ensayo y almuerzo, coordinando horarios y fechas de entrega, quitándole horas al sueño cuando no trabajaba, pero al fin el departamento estaba tal como ella se lo había imaginado. La ambientación tenía un marcado toque árabe. Decoró su salita con una gran alfombra con arabescos de diferentes tonos de azules y cojines de terciopelo color petróleo con vivos dorados; las cortinas, confeccionadas con telas bordadas traídas de Marruecos, resultaron caras, pero eran gustos que podía darse con lo que ganaba en el teatro. Dos silloncitos de pana verde y dos banquitos de bronce lustrado completaban el mobiliario. El conjunto era colorido y cálido, como lo marroquí. Para el cuarto, sin dudas, se esmeró con detalles especiales: hizo pintar las paredes de colores pasteles —desde el ocre hasta el salmón— y compró un juego antiguo de espejo y cómoda alta de muchos cajoncitos, pintados con dibujos pequeñísimos de muchos motivos, entre ellos, la mano de Fátima. El elegante cubrecama nuevo fue bordado con hilos dorados.



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